ZWEIG, Stefan.
Un testimonio profundamente conmovedor. Un regalo del autor para dimensionar el mundo que hoy vivimos. Una mirada repleta de historia, lucidez y melancolía de la patria, y de ese mundo en el que él se siente en casa: Francia, Bélgica, Suiza, Alemania… Europa.
Piensa en alemán, siente y escribe en esa lengua; la misma en la que habla el delirio que ha trastocado el mundo que tanto valoraba, la que se ha anexado Austria, la que prohibe sus libros, la que atropella derechos sin pudor. Y aunque Zweig se repita a Shakespeare “Acojamos el tiempo tal como él nos quiere”, y siga trabajando y emprendiendo viajes, los desvaríos son desoladores.
Con una pluma que borda siempre sobre el corazón del tema, y sin más soporte que el de su propia memoria, Zweig transita desde el mundo de la seguridad, como él mismo llama a los últimos años del pacífico S.XIX, el mundo en el que creció, hasta la Segunda Guerra.
Austríaco, judío burgués, escritor, humanista y pacifista, fue impulsor del sentimiento europeo que hermanaría a las distintas naciones, y testigo inevitable del arribo de los nacionalismos que impedirían anclar tal sueño. Testigo también del surgimiento y los estragos del bolchevismo en Rusia, el fascismo en Italia y el nacional socialismo en Alemania.
Coleccionista apasionado por las formas terrenales del impulso creativo, logró reunir una exquisita colección que testimoniara la lucha del proceso creador.
Una Viena abierta al mundo y propulsora del arte bajo la monarquía de los Habsburgo, una ciudad en la que el predominio artístico formaba parte del orgullo patrio en un tiempo sin prisa, fue el mundo en el cual creció.
Desde joven, la sobriedad y rigidez de la escuela lo orientaron junto con sus compañeros al aprendizaje extramuros, ese en el que cupiera su curiosidad, además de liberarles de la sensación de insuficiencia que los maestros generaban.
Descubrir a Rilke, Nietzche, Mahler, Brahms, Mússorgsky, Strauss, Whitman, Válery, Dostoievsky …daba la sensación de asistir al nacimiento de un tiempo nuevo, un tiempo que hacía justicia a la juventud. Con Rilke, que a los 23 gozaba de fama literaria, y Hofmannsthal, que con 16 escribía la poética perfecta, se abría un impulso esperanzador.
El nuevo siglo destilaba confianza y progreso. Los tiempos previos a la Primera Guerra eran de bonanza, la prosperidad se notaba en Europa. Las personas se aventuraban a viajar más lejos, la moral pública basada hasta entonces en el ocultamiento del cuerpo se distendía, y las faldas se acortaban permitiendo mayor movilidad; el mundo se sentía más joven y más libre.
Aunque la avaricia de poder y de expansión anunciaba que aquello no duraría mucho. Todos los países tenían riqueza, pero todos querían más, y algo de los demás también. Fue en ese tiempo que Zweig conoció a Romain Rolland, el musicólogo francés que confiaba en el poder unificador del arte en Europa, en la existencia de un sentimiento europeo común, y quien junto con Freud y Verhaeren, del que tradujo su obra al alemán, fueron las amistades más valoradas por el autor.
La Primera Guerra sorrprendió a una Europa despreocupada, y con ella comenzó el resquebrajamiento de la confianza que las personas habían depositado en los hombres de Estado para dirigir sus destinos, confianza que se rompería definitivamente en la Segunda Guerra.
En la Primera, la palabra todavía tenía un valor, que en la Segunda, la mentira organizada en propaganda rompería. La conciencia moral entre ambas guerras pasó del resquebrajamiento a la erosión, con Hitler.
Y fue en el tiempo de entreguerras cuando Zweig se convirtió en uno de los autores más leídos en Europa. Un tiempo de resignificación de la vida y del arte, de cuestionamiento de lo que hasta entonces había representado la normalidad. Un paréntesis en el desasosiego que se avecinaba.
Georgina GM.
Enero 2022