CISNEROS, Sandra.
La casa de Mango Street me conecta con el humor como recurso para resistir, aunque todo grite que el camino está cerrado. La risa expande mientras que la pena contrae, Cisneros lo sabe y sabe también que pelear contra lo inevitable no lleva más que al pozo de la frustración, por lo que prefiere recargar su pluma en el ingenio y la ironía que nos arranque una sonrisa.
Mango Street está en la periferia de Chicago, ahí es donde viven quienes no caben en la ciudad, y a veces, ni en el país; los que no alcanzaron lugar en otro lado.
En Mango Street vive Esperanza con su madre, su padre y sus hermanos. La gran familia se ha quedado en México. Ellos han vivido en muchas otras casas, pero aquí es distinto, porque aunque esta casa tenga unas ventanas tan chiquitas que no pueden respirar, es propia.
Esperanza nos narra su historia en el barrio, la casa a la que pertenece sin pertenecerle, porque ella sueña con irse y tener su casa, no la de un hombre, sino la suya; una casa limpia como la hoja antes del poema; un lugar sin nadie a quien amenazar con un palo.
El drama nos tira las alas antes de que puedan ensayar el vuelo, mientras que el humor nos alienta ¿a qué? Quizás a que nazca un sueño, o tal vez, a aceptar lo inevitable para exprimir los sí que encuentre: porque sí hizo amigas; sí jugó con tacones usados; y sí con una bicicleta montada por cuatro para que todas pudieran estrenarla; sí se aprendió cuentos para contárselos a Ruthie la de Edna; y sí escuchó los acetatos que Earl les regalaba, ¿y por qué no? al ritmo de alguno, comenzó a imaginarse en otra parte, una casita suya y con geranios púrpura, una casita limpia y fuera de Mango Street.
Creciendo entre personajes variopintos, Esperanza vive con los ojos bien abiertos en ese barrio que a los que vienen de fuera les da miedo, como a ellos les asustan otras zonas.
Criada por la melancolía de una yo pude haber sido alguien, que le insiste en el valor del estudio, porque tendrá que cuidarse solita, Esperanza atestigua lo que no quiere para sí. Ella sabe que algún día se va a ir, pero también que habrá que volver por los que queden atrás.
Geraldo, el bracero con expresión de vergüenza porque no sabe hablar inglés; Ruthie, la que chifla como ruiseñor y encuentra belleza por donde mira; Sally, que abandonó la escuela, porque le gustaba tener cositas que no se podía comprar, son algunos de los habitantes de Mango Street, que la autora, referente obligado de la escritura chicana, nos muestra con un lenguaje cercano y fresco.
Georgina GM.
Febrero 2022