La primavera llega con un sol radiante para entibiarme el cuerpo entre la obligación, la devoción y cuanto se me ocurra. Las paredes que me rodean son los límites sugeridos en la pandemia.
Descubro a Ricardo Piglia en sus Diarios de Emilio Renzi, que me llenan de referencias sobre sus lecturas, sus historias, su vida. Reflexiono con Doris Lessing, sobre la fragilidad de las expectativas ¿a partir de qué las construimos? ¿de dónde sale la certeza de que los tiempos venideros serán mejores? Y Guadalupe Nettel me trastorna la cabeza con su cuento de Bonsái, el que me despierta la curiosidad de indagar qué clase de planta seré yo, como lo hizo el señor Okada, hasta lograr identificar que su comportamiento era igual que el de un cactus, y que su mujer Midori, no podía ser más que una enredadera.
Con la cabeza llena de plantas y en busca de la propia, escucho a Mozart como gesto de mis obsesiones mientras trabajo en el jardín, convencida de que no formo parte de las cactáceas, porque soy amante de la lluvia, y no me gusta espinar a quien se acerca, como lo hacen los rosales y las buganvilias.
La pandemia me lleva a explorar la virtualidad para seguir trabajando, y abrir la posibilidad de reunirme con las querencias también. Nuestras ganas de vernos entre amigos son mayores que la familiaridad con Zoom, por lo que los primeros encuentros resultan empedrados: conversaciones planas algunas veces, otras ruidosas y encimadas, y algunas más fluidas, mientras aprendemos a comunicar de nuevas maneras. Y sin embargo, nadie nos quita el gusto de vernos, y sentirnos a distancia en los abrazos que la pandemia impone.
El cine es otro gran aliado, como los libros, el Zoom, y las caminatas al aire libre. Repito viejas películas y descubro otras, que como Observar las aves, me recuerdan la importancia de apoyar a nuestra industria.
Amante del teatro, intento transformarme en espectadora virtual sin suerte. La virtualidad me roba la magia y la fuerza del pálpito colectivo, que transforma en estreno cada función.
Comienza el verano y con él, el inicio de un desconfinamiento gradual, que me impulsa a acercarme al viejo Bosque de Chapultepec, solo abierto para corredores. Subo el cerrito del Castillo y al bajar camino hacia la Hormiga, reconociendo en esas queridísimas calzadas mi lugar, los paisajes que me hacen sentirme en casa, mientras camino flanqueada por históricos fresnos, cedros, truenos y ahuehuetes. Me gusta la soledad del parque y caminar entre los árboles sabiéndome en medio de la gran ciudad. Regreso al sitio una y otra vez, celebrando la transformación del viejo parque de Chapultepec en un espacio de sosiego durante la pandemia, en lugar del ruidoso tianguis en que gobiernos diversos lo han convertido.
Me pregunto ¿cómo habría vivido este tiempo sin mis libros y mis caminatas? ¿de qué manera me habría abrazado mejor que con la música? ¿con cuántas emociones me ha conectado el cine durante el aislamiento? ¿cuántas preguntas me ha sugerido? ¿cuántas carcajadas le quedo a deber? ¿cuántas historias encontraron ecos en mi imaginación?
Georgina GM
Julio 2020